jueves, 2 de febrero de 2012

Si me rescatas del frío (Ana Vega)




Si me rescatas
del frío,
prometo abandonar
el invierno
para siempre...

Poesía: Ana Vega ("El cuaderno griego", leído en la recopilación "La manera de recogerse el pelo")
Fotografía: Manuel Couceiro. Kiruna, Laponia sueca, enero de 2012

viernes, 30 de diciembre de 2011

Baladas maternales (José Antonio Labordeta)



Un día u otro
escribiremos en la pared desnuda
de la casa de enfrente
nuestro heróico grito
de bienandanza.
               Habremos logrado,
con la justa medida del tiempo,
el hallazgo final de nuestras vidas.
Compañeros:
             Ahora, mientras tanto,
esperemos el crepitar del sol
en la solana vieja
que renace cubierta de esperanza.
             Fueron, y son,
tiempo muy duros.
Nada se hace sin dificultad.
Cantemos, mientras tanto,
las viejas baladas maternales,
por ejemplo:

______________


Baladas maternales


A expensas de la vida
me quedo con tu voz
entre mis dedos.
                             No quiero
otra vez el recuerdo.
Hoy te tengo presente
en tus canciones
allá cuando el invierno
más crecía.
                   Quiero seguir
sabiéndote en mi infancia
solamente.

______________

Creces tanto
que, a veces,
me da miedo tu estatura
Eres casi
infinita.
Y un día
voy a perderte
al no poder quedarme
toda tú
en mi memoria.

______________

Los chicos del barrio
han vuelto a destrozar
el delicado alféizar
de tu casa.
                  Nunca
llegarás a habituarte a su barbarie,
a pesar de que sientes por ellos
un amor fortísimo.
Son como el vendaval.
                                       Perdónalos.
Compréndelos:
Crecieron en la peligrosa suerte
de la vida.

______________

Te tengo recogida
entre las manos suaves del otoño
como si fueras hoja
o pájaro
o papel batido por el viento.
             No sé cómo esconderte
en mi entrañable párpado
y te guardo
en la alcoba de viejos cachivaches
tan amados.
                    El susurro del aire
te conmueve
y entonces te acaricio
sosteniendo en la brisa con los labios
y dejando la estancia igual que estaba:
Vacía.

______________

¿Quién hay detrás de los cristales rotos,
de los cristales
hechos añicos por el tiempo brutal
que todo lo destruye?
¿Permanecen aún
los abuelos paternos
que murieron en Cuba de soldados?
¿Quién está ahí detrás?
Sé que nunca querrás decirme la verdad:
te asusta.
Y entretanto
nunca sabré de quién están hablando
esas sombras que, presurosas, atraviesan el fondo
en esta noche feliz
del mes de octubre.


miércoles, 28 de diciembre de 2011

En ti me quedo (Ángel González)



De vuelta de una gloria inexistente, 
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.

La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.

La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio),
del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).

No importa, sin embargo.

Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mí mismo,
de prisa, 
muy de prisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
-como dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
- de acuerdo con mi personal experiencia de la patria-
tiene también bastante de presidio.

Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus piernas y tus brazos,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descansando en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa.


Poema: Ángel González
Fotografía: Manuel Couceiro, Niza, diciembre de 2006

martes, 20 de diciembre de 2011

Y entonces me besaste (Raquel Lanseros)




Por celebrar el cuerpo, tan hecho de presente
por estirar sus márgenes y unirlos
al círculo infinito de la savia
nos buscamos a tientas los contornos
para fundir la piel deshabitada
con el rumor sagrado de la vida.

Tú me miras colmado de cuanto forja el goce,
volcándome la sangre hacia el origen
y las ganas tomadas hasta el fondo.

No existe conjunción más verdadera
ni mayor claridad en la sustancia
de que estamos creados.

Esta fusión bendita hecha de entrañas,
la arteria permanente de la estirpe.

Sólo quien ha besado sabe que es inmortal.

Poema: Raquel Lanseros
Pintura: El Beso, Gustav Klimt. Copia realizada al oleo por Raquel Pozo.



miércoles, 14 de diciembre de 2011

Maldita dulzura (Vetusta Morla)



Y nos echamos tanto de menos que nos da por despegar en avenidas de pegamento, clavados por las rodillas. (Boca en la tierra)

Hablemos de ruina y espina
hablemos de polvo y herida
de mi miedo a las alturas
lo que quieras pero hablemos
de todo menos del tiempo
que se escurre entre los dedos
hablemos para no oirnos
bebamos para no vernos
hablando pasan los dias
que nos quedan para irnos
yo al bucle de tu olvido
tu al redil de mis instintos
maldita dulzura la tuya
maldita dulzura la tuya
maldita dulzura la tuya

Me hablas de ruina y espina
te clavas el polvo en la herida
me culpas de las alturas
que ves desde tus zapatos
no quieres hablar del tiempo
aunque este de nuestro lado
y hablas para no oirme
y bebes para no verme
yo callo y rio y bebo
no doy tregua ni consuelo
y no es por maldad lo juro
es que me divierte el juego
maldita dulzura la mia
maldita dulzura la mia
maldita dulzura la mia
maldita dulzura la nuestra

Letra y música: Vetusta Morla, en Mapas.
Fotografía: Manhattan de Woody Allen

sábado, 3 de diciembre de 2011

Filósofo en la noche (Joan Margarit)







FILÓSOFO EN LA NOCHE

Cuando la alta noche negra de Madrid
cierra los cristales de la calle O'Donnell,
dejo que mi frente repose en tu ausencia.
He abierto la Ilíada. Apolo Cabreado
es como la noche y, al marcar el paso,
golpean las flechas su carcaj de cuero.
Frío está tu sitio, que nadie ha ocupado.
Hablo al desvestirme, como si estuvieras:
me acostumbré a hacerlo los primeros días.
Sin tus frascos, sólo me torna el espejo
del baño el progreso lento de la edad.
Doblada la ropa, me pongo el pijama
con la bata gris ceñida a mi cuerpo
y las zapatillas en los pies de viejo.
Amo más que a nadie, junto a mí, tu ausencia,
más próxima siempre si vuelvo a la Ilíada,
cual si te acercara el eco lejano
de alguna verdad desde aquella playa.

Junto a mí y tu sombra creció nuestra hija
y nuestros dos hijos: ayer recibí
carta del mayor. Apenas recuerdan:
he sido su Homero de ésta, nuestra Ilíada.
Muy lejos del mar de ramblas con plátanos
en donde te hallé, no he podido nunca
sentir más Helena que tú en mi interior.
Cerca está el pasado, como frente al piso
el aire en los árboles negros del Retiro.
El aspecto de Héctor, con yelmo y coraza,
ha asustado a su hijo. La noche la cruza
el desesperado ruido de una moto.
Quizá, bajo el bronce de la soledad
asusté también a nuestros tres hijos.

Tu fotografía, ya de un tono sepia,
se encuentra en mi mesa, perdida entre libros:
joven lejanía de triste sonrisa.
Troyanos y aqueos -un mar encrespado
de cascos y escudos, de lanzas de leño
con puntas de bronce- sentados esperan
junto al mar de tarde que brama en la playa.
Ayante golpea el escudo de Héctor,
pero estoy ausente: pienso en nuestro mar,
virgen como en Troya, de la Costa Brava
los años sesenta. Abro el ventanal.
Hoy viven muy lejos la hija y los hijos,
mayores que tú: te fuiste tan joven.
Pienso, melancólico, que oscurecerá
ahora en Chicago. Berlín y las verdes
afueras de Londres yacen en la noche.
Y a ti no te esperan más albas que éstas
que surgen de noche entre las palabras.

Mientras las hogueras acechan las naves,
malos pensamientos como el mar negruzco
que arroja algas tristes, también van cercándome
como si los dioses de Homero existieran.
Tanto tiempo muerta mientras yo envejezco
solo con la Ilíada. Pero allí en la playa,
entre dos combates, donde con estrellas
el cielo es más negro, duermes, como Helena,
en tu oscuridad, aquí junto a mí.
Cual casco de bronce de un guerrero exhausto,
me pesan los párpados al ir recordando
Pedralbes y el cielo azul de la tarde
en la primavera de aquella ciudad.
Delgado, ideal -la línea de Euclides-
es el lugar donde transcurre la Ilíada
que leemos juntos -en mi vida tú,
en tu muerte yo. Me sale el filósofo
al ver cómo Aquiles elige la gloria
en vez de la vida. Comienza la ética:
la noble y antigua lección del dolor
ya estaba en la Ilíada. Héctor y los suyos

combaten a muerte frente a las barcazas.
Siempre hay un Aquiles que espera en la sombra.
Pienso que la ausencia -como el agua fría
templaba las armas- me forjó más duro.
Cada cual escucha en su propia Ilíada
las armas que chocan con brillantes yelmos,
los hórridos gritos que lanzan los griegos
en las barcas que arden. Alcatoo en tierra:
su último latido vibra con la lanza
hincada en su pecho. Tú serás la lanza
que tiemble en el último deseo en mi cuerpo.
Van carros vacíos por la playa huyendo
y el leve rumor al pasar las hojas
es como si fuera tu débil presencia.
Y ya en los cristales se alza el horizonte
del parque, aclarándose, como si brillaran
tras los negros árboles las armas de Aquiles.

Te he buscado siempre. Tantas, tantas veces
he desembarcado por sólo una luz
en costas abruptas. Abro la ventana,
me llama en el parque un alba de pájaros.
La dura vejez pone en la mirada
unas largas playas igual que en la Ilíada.
Mercante oxidado, llegando a un gran puerto
hendiré aguas sucias en donde revuelan
miles de gaviotas, buscando una inmóvil
mujer solitaria que espera en la dársena.
Hoy, cuando la proa se hunde fatigada
y ya el navegante no ve bien de lejos,
se borra la costa. Mirando las olas,
recuerdo tus ojos con luz del ocaso
y, sonriente, pienso que, gris y romántica,
te llevo en el buque de hierro del alma.


En la foto, Emilio Lledó, a quien está dedicado el poema

lunes, 7 de noviembre de 2011

Palimpsesto (José Carlos Llop)


Hay un amor para el placer y la aventura
y un amor avergonzado, como el regreso a casa.
Y luego está el amor que sobrevive
a las decepciones del tiempo
y se mantiene en la deriva de los océanos,
las constelaciones, los cuerpos y las islas.
Sin futuro, que es pasado, ni mañana, que es ayer.

Poema: José Carlos Llop. "Cuando acaba septiembre", 2011
Fotografía: Cartel de "No amarás" (Krótki film o milosci -A Short Film About Love-), Krzysztof Kieslowski, 1988

domingo, 25 de septiembre de 2011

Sucede que a veces (Lourdes Gil)












Sucede que a veces
pienso en ti
y entonces
como un huesecillo de cereza
atascado vivo e imposible
siento cuanto me quemas
la garganta


Imagen: bodegón de Zurbarán