LOBO
Ni una palabra de aliento perdura
en la lengua del lobo, desorientado y solo
en la ciudad. Ni un aullido de gozo
en su corazón. Sólo la eterna sed
de adentrarse en el bosque con sigilo
y descansar,
el deseo de no oír el trajín
de los cazadores cuando despunta el alba,
la esperanza de borrar para siempre
el miedo de la persecución, el sudor seco
en la pelambre de la nuca,
la llaga viva en la planta de los pies,
el velo de angustia que desarma su mirada.
Sólo un salvaje anhelo de silencio
que le devuelva lo que nunca tuvo:
unas horas de quietud, el milagro
de un sueño sostenido, no percibir
la sucia mordedura del pánico
fundiéndose allá dentro, en la médula
de sus huesos, donde arraiga el misterio,
en el puro reducto inaccesible
donde el alma rendida se cobija
para no desfallecer, donde se multiplica
el rencor o todo lo contrario,
la música
sin trampa de la vida.
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