Un niño en la placita de su barrio que no existíamas que en su pensamiento cristalino y fecundocomo el vientre de una mujer enraizada en la raíz de un árbolmilenario que se arraiga con una fuerza descomunalen lo más sagrado de la tierra, donde la tierra es tierray no cercado o surco o sobreviviente del holocaustooculta en una maceta de algodón que una viejecitariega con copos de nieve cuando es invierno o noy entonces le dibuja flores desconocidas pero hermosascomo aquella muchacha que sorprendí en un rincón de la escuelallorando amargamente porque no sabía escribir aunque era bellay los maestros le sacudían el alma avergonzándolay la mandaban a repetir trescientas veces no sé escribiren lugar de comprarle un lápiz con la punta afiladay de la mano llevarla por el jardín de la palaba amor,dulzura, u otras palabras sagradas que no sabían enseñarle.El niño en la placita de su barrio que no existíainventaba juguetes con los que fabricaba un corazónque después se guardaba en el bolsillo descosidode sus pantalones para llevárselo a su madrearrodillada siempre en los pisos ajenos,sacando brillo con un afán desmesuradocomo si pensara que ya había bastante suciedady hubiera emprendido una campaña a favor de la higienehasta que el niño llegaba con su corazón en el bolsilloy de la mano se iban a la casita del barrio donde no existíaplaza para que los niños jugaran ni escuelapara que los maestros enseñaran a escribirpalabras tiernas a la hermosa muchacha que llorabadesconsolada en un rincón porque no tenía lápizcon el que dibujar la maceta que la vieja regabacon copos de nieve cuando era invierno o no. Jose Miguel Junco
Un niño en la placita de su barrio que no existía
ResponderEliminarmas que en su pensamiento cristalino y fecundo
como el vientre de una mujer enraizada en la raíz de un árbol
milenario que se arraiga con una fuerza descomunal
en lo más sagrado de la tierra, donde la tierra es tierra
y no cercado o surco o sobreviviente del holocausto
oculta en una maceta de algodón que una viejecita
riega con copos de nieve cuando es invierno o no
y entonces le dibuja flores desconocidas pero hermosas
como aquella muchacha que sorprendí en un rincón de la escuela
llorando amargamente porque no sabía escribir aunque era bella
y los maestros le sacudían el alma avergonzándola
y la mandaban a repetir trescientas veces no sé escribir
en lugar de comprarle un lápiz con la punta afilada
y de la mano llevarla por el jardín de la palaba amor,
dulzura, u otras palabras sagradas que no sabían enseñarle.
El niño en la placita de su barrio que no existía
inventaba juguetes con los que fabricaba un corazón
que después se guardaba en el bolsillo descosido
de sus pantalones para llevárselo a su madre
arrodillada siempre en los pisos ajenos,
sacando brillo con un afán desmesurado
como si pensara que ya había bastante suciedad
y hubiera emprendido una campaña a favor de la higiene
hasta que el niño llegaba con su corazón en el bolsillo
y de la mano se iban a la casita del barrio donde no existía
plaza para que los niños jugaran ni escuela
para que los maestros enseñaran a escribir
palabras tiernas a la hermosa muchacha que lloraba
desconsolada en un rincón porque no tenía lápiz
con el que dibujar la maceta que la vieja regaba
con copos de nieve cuando era invierno o no.
Jose Miguel Junco